« Seamos el cambio que queremos ver en el mundo »
(Gandhi)
Tengo 15. Con el uniforme del colegio, paseo por la sombra de los palmeros. A cuatro dedos por encima de la rodilla, mi falda gris es el símbolo de mi juventud.
Tiene 45. Él camina por la costanera. « Señorita, soy capitán. ¿Cuánto cobra como para subirse a mi barco? »
Tiene 64.Él toma. Está tirado en la entrada de una farmacia. Con una botella de alcohol en la mano, sus insultos son el eco de su embriaguez. Sus insultos rebotan en mi hasta herir mi buen humor.
Tiene 28, tiene 16, tiene 36 … cualquier sea su edad su silbido acompaña mis pasos. El aire que se escapa de por entre sus dientes me roba mi humanidad. Con mis dos pies firme en el suelo, trata de transformarme en perra, en aquella perra que, con sus cuatro patas iría por las caricias de su dueño.
Tengo 26. Camino. Cada día ando por la misma y única calle de la ciudad. Por la mañana y por la tarde mis pies rozan la misma vereda, la misma arena.
Tiene 50. La luna quedó atrapada en la oscuridad. Mi piel refleja la luz del firmamento. Mi blancura alumbra mis pasos en la ciudad sin luz. Él estira su brazo para hacerse dueño de mi dignidad.
Tiene 13. Él, se ríe con sus amigos. Su paso se acelera, su cabeza vacila y sus ojos se inclinan para saber cuántas tetas tengo yo. Sí, tengo dos, sí lo escondo debajo mi polera, no, ellas no te pertenecen.
Tiene 51. Él, corre. Él, cruza la calle. Él, se quita la ropa y se masturba.
Tiene 32. Unos segundos más y casi lo atropellan. En vez de mirarme mejor hubiera mirado aquella moto que casi transforma su bici en astillas de metal.
Tiene 47. Él, para su taxi a mi altura e insiste para que me suba. ¡No! ¡Déjame caminar por Dios!
Tiene 28, tiene 16, tiene 36 … cualquier sea su edad me ve pasar y grita « Hay mamacita, ven acá que te haré gozar », « Washita rica », « Te quiero bebé ».
Tengo 28, tengo 16, tengo 36 … cualquier sea mi edad, sus gritos, sus miradas, sus silbidos, sus besos lanzados al viento me atacan, me roban libertad, dignidad, humanidad.
No tengo edad. Tengo un sexo: ¡soy mujer! Pero, a muchos se les olvida que una mujer también es un ser humano … para muchos mi derecho al respeto y mi libertad a andar por la calle sin tener que preocuparme de la mirada de los hombres desaparecen, aniquilados por mi sexo, por mi feminidad…
Con los audífonos puestos, intento andar lo más rápido que pueda. La calle, la playa, el sol, estos lugares que hacen de mi vida un paraíso se transforman en el río Estigia. Correr para no ahogarme en un flujo de palabras inoportunas … Perder mis ojos en los adoquines brillantes para olvidarme de las miradas masculinas…
En Francia me puedo enojar contra los silbidos anónimos. En Francia levanto mi dedo contra la voz de aquellos desconocidos. En Francia entiendo las sutilezas de la lengua y trato de retener mi risa molesta, amarilla y negra cuando el viento grita “¿Mamacita, te apetece un chupa chups? »
Pero, no estoy en Francia. Estoy en Costa Rica. Estoy en Burkina Faso. Estoy en Nicaragua. Estoy en Madagascar. Estoy en acá. Estoy allá.
Cuando uno decide vivir en el extranjero, uno decide también llevar consigo su propia cultura. Sin embargo, uno trata dejarla en el fondo de la mochila, uno trata vestirse con sus aspectos más bellos, a veces.
En el día-a-día, uno intenta adoptar las culturas locales. Uno observa, intenta entender, intenta aceptar, adaptarse, integrarse. Muchas veces los intentos se estrellan contra acantilados culturales inquebrantables. Ciertos paradigmas son pegadizos y deshacerse de ellos requiere tiempo y voluntad que no siempre tenemos.
Hace mucho tiempo que escucho hablar del acoso callejero. Lejos de los cañones de bellezas de la revista Cosmopolitán, y gracias a una capacidad de « cierro mis oídos porque me carga la gente » bien desarrollada, nunca pensé ser una de las numerosas víctimas del acoso callejero. ¿Entonces, por qué será que los artículos de blog que ando leyendo desde hace un año me dieron ganas de escribir sobre este fenómeno? ¿Porqué será que cuando veo vídeos que denuncian el acoso callejero me identifico con las víctimas ?
Navegando de blog en blog, de testimonio en testimonio entendí que acá y allá sufría del acoso callejero a diario. Gran viajera, sola o con mi pareja, sola o con amigos, intento llevar en mi maleta sólo ropa que podré ponerme sin ofender ni herir ciertas culturas. Acá el hombro, allá la rodilla, en otra parte el ombligo… cada país tiene sus códigos sensuales, cada individuo tiene su pudor, cada parte del cuerpo tiene su erotismo dependiendo de la religión, la historia, las tradiciones, los usos y costumbres. ¡Adaptarse es tan sencillo cuando uno entiende que un pedazo de tela bien colocado es una de las mejores pruebas de respeto!
A pesar de esos esfuerzos de adaptación, un malestar se apodera de mi sombra cuando siento deslizar en mi cuello risas y comentarios ajenos. No necesito entender el idoma para que aquellas miradas, sonrisas y gestos me acuerden que soy apenas una mujer, en short o en vaqueros, que soy apenas un sexo débil sobre el cual los hombres piensan tener el derecho de escupir sus antojos, su baba, su dominación masculina.
Cuando hablo de acoso callejero con compatriotas que viven desde hace años en tal o tal país, por lo general me dicen : « veras, dentro de poco te acostumbraras. Yo, ya ni les presto atención. » ¿Será entonces la resignación la mejor o más bien la única solución?
A veces me pregunto si ellas no tienen razón. Me pregunto si no será mi cultura de origen que hace sobresaltar mi corazón cuando escucho un silbido sin saber si es para mí o para el perro que camina unos pasos atrás. A veces me pregunto si, en ciertas culturas, no será una norma. ¿Quién sabe, a lo mejor gritarle a una chica, en medio de la calle, que uno quiere que le chupe el pico es una manera de conquistar a corazones solteros?
A veces me pregunto si en fin de cuentas no soy más intolerante de lo que esperaba …
Sigo caminando. No renuncio a mis paseos diarios en la ciudad. De día y de noche mis pies son mi medio de transporte. De día y de noche las voces violan mis oídos.
El sol se volvió mi mejor enemigo mientras la noche me protege. Sin lámpara para alumbrar mis pasos, me siento libre de dibujar en mis labios mi sonrisa egoísta, la que ahora sólo quiero compartir con las estrellas.
Vivir bajo los trópicos y odiar a la luz del sol… vivir en el extranjero y ensimismarse… querer conocer a otras culturas y buscar como única compañera de camino, la música de mi IPod … Qué ironía más grande, ¿no?
Observo, escucho, miro. Mi piel blanca no es la única que atrae palabras obscenas. Mi sonrisa no es la única a esconderse cuando un tipo da vueltas y vueltas para mirarme. Mis ojos no son los únicos en inundarse de ira cuando me quitan mi derecho a ser una « mujer » para convertirme « objeto público en acceso libre ». Las Chilenas, las Nicaragüenses, las Malgasy también están chatas de sentir miradas sexualmente cargadas sobre sus hombros.
A ellas también les gustaría poder sonreír sin que la blancura de sus dientes sea interpretada como una invitación a lengüetazos babosos por parte de desconocidos. A ellas también les gustaría andar con short o mini-faldas para disfrutar del calor tropical. A ellas también les gustaría que dejen de pensar que sus tetas son pelotas anti-estrés públicas. Entonces, ¿no será el acoso callejero un problema universal ?
¿Pero que se puede hacer? ¿Acaso yo, la Toubab, la Chela, la Gringa, la extranjera tengo suficiente legitimidad como para enviar a la mierda a aquellos hombres odiosos? ¿Acaso tengo que quemar todas mis faldas y vestir puros pantalones de deporte? ¿Acaso tengo que irme, seguir el viaje hasta encontrar un lugar donde mi sexo, mi género, mi feminidad no serán razones suficientes como para faltarme el respeto? ¿Acaso tengo que seguir caminando con los audífonos puestos hasta que mis tímpanos sangren de escuchar tanta música a todo volumen … o declaraciones demasiado hirientes?
Escribir este artículo, hablar del acoso callejero a mis amigos varones, visitar los sitios web « Paremos el acoso callejero » y el del « Observatorio contra el acoso callejero » (Chile), escuchar a mujeres de acá y allá hablar de lo que viven, pasar horas a leer blogs y los sitios web que hablan del problema, explicar a los silbadores que no soy un objeto sino un ser humano con tetas y corazón, viajar y caminar de día y de noche en medio de la muchedumbre … he aquí mi manera de luchar contra el acoso callejero.
Tengo 28, tengo 16, tengo 36 … cualquier sea mi edad soy víctima del acoso callejero. Cualquier sea mi edad la calle me pertenece, mi cuerpo me pertenece, mi feminidad me pertenece. Cualquier sea mi edad no dejaré que aquellos hombres me roben mi sonrisa ni el placer que siento cuando el viento acaricia mis piernas desnudas…